Coordinación: Urbta. Dra. Hilda Torres Mier y Terán. Universidad Central de Venezuela. Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Escuela de Arquitectura Carlos Raúl Villanueva. Área de Estudios Urbanos. Caracas.

Más bosques para el planeta, más árboles para la ciudad. PARTE I.

 

Más bosques para el planeta, más árboles para la ciudad. El caso de Venezuela y su capital Caracas.   

En memoria del Arq. Víctor Artís (1933-2017), miembro Honorario de la Academia Nacional de la Ingeniería y el Hábitat de Venezuela, preocupado defensor del arbolado urbano.

Resumen.

Los bosques y el arbolado urbano son herramientas de combate contra el cambio climático, este último entendido como el aumento inusitado de la temperatura ambiental del planeta, que viene registrándose especialmente en los últimos 50 años aproximadamente, con consecuencias incrementalmente desastrosas sobre la vida de todas las especies naturales, incluido el ser humano, fenómeno claramente comprobado, así como su origen antropogénico. El consumo energético de combustibles, y el consumo masivo de materiales contaminantes, las actividades mineras altamente contaminantes y degradantes del ambiente, la deforestación y degradación de bosques y arbolado causados por tala y aumento de espacios para la ganadería, los cultivos agrícolas para la producción de alimentos o de agro carburantes y la explotación descontrolada de los recursos forestales, atentan contra el equilibrio atmosférico, la capa vegetal y la vida. De la limitación de estas actividades degradantes, y particularmente de la protección y de la comprensión de la importancia de los árboles, los sistemas forestales y los ecosistemas asociados, depende en buena medida el éxito sobre esta catástrofe ambiental. Tanto los grandes y bosques y selvas de escala planetaria, como la arborización de ciudades, asiento de la mayor parte de la población son importantes. El incremento de la arborización urbana y la recuperación de bosques cuenta con estrategias que abordan la escala planetaria, con grandes sistemas de bosques continentales y corredores de ciudades-región arborizados, así como otras tácticas que enfatizan la arborización al interior de las urbes, todo lo cual se destacará a continuación, poniendo particular atención al caso de Venezuela y de la ciudad de Caracas, su capital.

Palabras clave: cambio climático, bosques, arbolado, ciudad, Caracas, Venezuela.

PARTE I. Introducción. Cambio climático, bosques y arbolado urbano.

Los bosques y el arbolado urbano son herramientas de combate contra el cambio climático, o el aumento inusitado de la temperatura ambiente del planeta, especialmente en los últimos 50 años aproximadamente, con consecuencias incrementalmente desastrosas sobre la vida de todas las especies naturales, incluido el ser humano, fenómeno claramente comprobado, así como su origen antropogénico (COOK et al., 2013). El consumo energético de combustibles, y el consumo masivo de materiales contaminantes, las actividades mineras altamente contaminantes y degradantes del ambiente, la deforestación y degradación de bosques y arbolado causados por tala y aumento de cultivos agrícolas para la producción de alimentos o de agro carburantes y la explotación descontrolada de los recursos forestales, atentan contra el equilibrio atmosférico, la capa vegetal y la vida. De la limitación de estas actividades degradantes, de la protección y de la comprensión de la importancia de los sistemas forestales y los ecosistemas asociados, depende en buena medida el éxito sobre esta catástrofe ambiental en ciernes. Esto incluye tanto los grandes y bosques y selvas de escala planetaria, como la arborización de ciudades, asiento de la mayor parte de la población mundial. 

Árbol más alto hallado en el AMAZONAS. Árbol más alto hallado
en el AMAZONAS. Fuente: Tobías Jackson. BBC News Mundo.
16 / 09 /2019. https://www.bbc.com/mundo/noticias-49718965

La ciudad es el lugar dominante en la concentración espacial de los seres humanos como sociedades organizadas. Es el hábitat construido que permite la vida de la mayoría, pero ello conlleva cargas e impactos respecto al medio ambiente natural. La complejidad del asunto, exige por lo tanto el estudio conjunto de los grandes bosques y selvas, sus ecosistemas y problemática, en relación con las variables asociadas al desarrollo urbano, sus requerimientos de consumo energético y de bienes, las fuentes de esos requerimientos, y su contribución al cambio climático.  Las ciudades pueden sin embargo aportar grandes remedios a esta situación. Estas van desde lo científico y lo tecnológico con estrategias para minimizar los impactos de los modos de transporte, los materiales de construcción y el consumo de energía, indispensable para el desarrollo, hasta la puesta en práctica de acciones concretas de restitución de la naturaleza, dentro y fuera del ámbito urbano construido. Además de la conservación de los grandes bosques, entre las medidas regeneradoras a escala urbana, destacamos la arborización como una contribución destacada para una ciudad y un planeta más verdes, ambientalmente sostenibles.

El incremento de la arborización urbana y la recuperación de bosques cuenta con estrategias que abordan la escala planetaria, con grandes sistemas de bosques continentales y corredores de ciudades-región arborizados, así como otras tácticas que enfatizan la arborización al interior de las urbes, todo lo cual se destacará a continuación, poniendo particular atención al caso de Venezuela y de la ciudad de Caracas, su capital.

Cambio climático, bosques y arbolado urbano.

Las advertencias y evidencias sobre el cambio climático y sus consecuencias nefastas para la vida se han hecho cada vez más urgentes y preocupantes. Los expertos señalan: “Muchos de los cambios observados en el clima no tienen precedentes en miles, sino en cientos de miles de años, y algunos de los cambios que ya se están produciendo, como el aumento continuo del nivel del mar, no se podrán revertir hasta dentro de varios siglos o milenios. Sin embargo, una reducción sustancial y sostenida de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y de otros gases de efecto invernadero permitiría limitar el cambio climático. Aunque las mejoras en la calidad del aire serían rápidas, podrían pasar entre 20 y 30 años hasta que las temperaturas mundiales se estabilizasen” (IPCC, 2021).

De acuerdo al informe de United in Science 2021, Organización de Naciones Unidas, y la World Meteorological Organization (ONU, 2021a), las concentraciones de gases de efecto invernadero y su impacto sobre la temperatura ambiente, presentan niveles récord en el planeta, a pesar de la circunstancia atenuante de la reducción de las actividades productivas debida a la pandemia COVID-19, especialmente desde el año 2020, que ha reducido las emisiones del transporte terrestre en cerca de un 5%, aunque esto sólo resulta en un efecto temporal. Con ello el mundo se aleja de los objetivos fijados por el Acuerdo de París (ONU, 2015), tratado internacional para evitar que el calentamiento global que sufre el planeta aceleradamente esté por encima de los 2°C durante el presente siglo. También obstaculiza el avance hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible acordados por la Organización de Naciones Unidas (ONU,2021b). Más allá de este límite de temperatura, se generarían fenómenos meteorológicos más frecuentes, extremos y devastadores, con un impacto cada vez mayor en las economías y en las sociedades, especialmente incendios e inundaciones. La temperatura media anual del planeta es al menos 1°C más elevada que en la época preindustrial, y probablemente se eleve hasta 1,5°C en los próximos cinco años. El nivel del mar aumentó 20 centímetros entre 1900 y 2018, a un ritmo acelerado entre 2006 y 2018, y aumentará entre 0,3 y 0,6 metros para 2100, o entre 0,3 y 3,1 metros para el año 2300. Aún con un aumento menor a 2°C en la temperatura media, las infecciones, entre ellas la COVID-19, y otros riesgos climáticos tales como las olas de calor y la mala calidad del aire, se combinarán para amenazar la vida de muchas especies y la salud humana en todo el mundo, poniendo en especial riesgo a las poblaciones más vulnerables por su nivel de pobreza o condiciones de salud especiales. Luego del fin de la pandemia, se prevé un aumento adicional considerable de las emisiones y sus efectos, por la reactivación de las economías, el consumo energético y otros factores asociados, pero también por el recrudecimiento de acciones de deforestación y degradación de bosques, causados por incendios forestales, tala, y aumento de actividades agropecuarias y mineras, sobre todo en la Amazonía y en las selvas de Indonesia en el sureste asiático, de importancia planetaria. La degradación de los bosques y del ecosistema natural, no pueden ser compensados más que parcialmente con la reforestación o el recrecimiento natural de la vegetación (WMO, 2021). 

Las ciudades son también parcialmente responsables de la emisión de contaminantes que aceleran el cambio climático, como el CO2, y sufren asimismo sus consecuencias, tanto las inmediatas y localizadas dentro de la ciudad, entre ellas la degradación de la calidad ambiental, el calor y sus efectos nocivos sobre la salud, como otras no necesariamente localizadas, como es el caso de la elevación del nivel de los océanos, las inundaciones, las sequías y las tormentas inusuales, que afectan gravemente la infraestructura, la producción de alimentos y la vida de los habitantes de las ciudades, y de todos los seres vivos.

Los bosques urbanos, las zonas protectoras, los parques nacionales y los sistemas boscosos continentales albergan biodiversidad y ofrecen servicios sociales, tanto al interior de las ciudades como en los sistemas ambientales supra urbanos. Los grandes bosques acogen la mayor parte de la biodiversidad terrestre del planeta, y son el hábitat del 80% de las especies de anfibios, el 75% de las de aves y el 68% de los mamíferos. Alrededor del 60% de todas las plantas vasculares se encuentra en bosques tropicales. Los manglares en las costas también proporcionan lugares de reproducción y criaderos para numerosas especies de peces y crustáceos, y ayudan a retener los sedimentos que podrían perjudicar el fondo submarino y los arrecifes coralinos. Los bosques proporcionan más de 86 millones de empleos verdes y sustentan los medios de vida de muchas personas más. La resiliencia de los sistemas alimentarios humanos y su capacidad de adaptarse a los cambios futuros dependen de la biodiversidad que los bosques protegen; las especies arbustivas y arbóreas adaptadas a las tierras secas ayudan a combatir la desertificación; las especies de insectos, murciélagos y aves que habitan en los bosques polinizan los cultivos; los árboles con sistemas radiculares extensos que se encuentran en ecosistemas montañosos evitan la erosión del suelo, y las especies de manglares favorecen la resiliencia ante la inundación en zonas costeras. Al acentuarse los riesgos para los sistemas alimentarios por el cambio climático, la función de los bosques de captar y fijar carbono mitigando el cambio climático es cada vez más importante para el sector agrícola. Más de 28.000 especies de plantas están registradas como plantas de uso medicinal y muchas de ellas se encuentran asimismo en ecosistemas forestales.

Según la Organización de Naciones Unidas (FAO, 2020), el área total de bosques en el mundo es de 4 mil millones de hectáreas aproximadamente, que corresponden al 31% de la superficie total de la tierra. Esta área es equivalente a 0,52 hectáreas por persona, pero los bosques no están naturalmente distribuidos de manera uniforme por población o situación geográfica. Las zonas tropicales poseen la mayor proporción de los bosques del mundo, hasta 45%, mientras el resto está localizado en las regiones boreales, templadas y subtropicales. Más de la mitad de los bosques está situada en cinco países: Rusia, Brasil, Canadá, los Estados Unidos de América y China. En el mundo, Brasil contiene la mayor proporción de bosques protegidos del planeta con un 21% del total, y le siguen Indonesia y Venezuela con 7% y 6% respectivamente.

Aproximadamente sólo cerca de un 30% de los bosques del mundo son bosques primarios, que se definen como bosques de especies arbóreas autóctonas, regenerados de forma natural, donde los procesos ecológicos no han sufrido perturbaciones destacables. El área de bosque destinada principalmente para la protección del suelo y el agua muestra una tasa de crecimiento positiva en los últimos 10 años y el ritmo de pérdida neta de bosques disminuyó notablemente durante el período 1990-2020 debido a una reducción de la deforestación en algunos países, además de un aumento de la superficie en otros, a través de la reforestación y/o la expansión natural.  Asia tuvo el mayor aumento neto de superficie forestal en el período 2010-2020, seguida por Oceanía y Europa. Entre 2015 y 2020, se estima que la tasa de deforestación fue de 10 millones de hectáreas al año, cuando en la década de 1990 era de 16 millones de hectáreas al año. La superficie de bosques plantados ha aumentado en 123 millones de hectáreas, aunque la tasa anual de aumento se redujo en la última década. (UNECE, 2021a); (GBU, 2015); (UNECE, 2021b); (ONU-Habitat, 2014); (FAO, 2021).

Estos indicadores representan una disminución en la tasa de merma de áreas de bosques, pero no han dejado de perderse vastas superficies boscosas en el planeta, en cifras absolutas, unos 420 millones de hectáreas, especialmente a causa del cambio de usos de la tierra (FAO y PNUMA, 2020b). África tuvo la mayor tasa anual de pérdida neta de bosques en el período 2010-2020, con 3,9 millones de hectáreas, seguida por América del Sur, con 2,6 millones de hectáreas. En África, la tasa de pérdida neta de bosques ha aumentado en cada uno de los tres decenios desde 1990. Hay pérdida de bosques en América del Sur, aunque la tasa de pérdida ha disminuido aproximadamente a la mitad en el decenio 2010-2020 en comparación con el período 2000-2010. Europa y Asia registraron aumento neto de deforestación en 2010-2020 respecto a 2000-2010 y Oceanía también experimentó pérdidas netas de superficie forestal entre 1990 y 2010. La superficie de bosques regenerados de forma natural ha disminuido desde 1990 y de unas 60.000 especies arbóreas conocidas, unas 17.500 se han clasificado como especies en riesgo de extinción, el doble que las especies animales en riesgo. (BGC, 2021).

En el caso de la Amazonia, selva tropical que ocupa territorios de diversos países de la región suramericana y se extiende sobre casi 8 millones de kilómetros cuadrados, esta viene sufriendo niveles de deforestación inéditos especialmente desde 2020, con casi cinco mil kilómetros cuadrados de selva arrasada ese año, debido sobre todo al aumento de áreas para la ganadería extensiva y el cultivo de soja, pero también a causa de los incendios naturales y provocados en aumento, sobre todo en la porción dentro de los límites del Estado de Brasil, esto a pesar de las declaraciones de alto nivel en favor de la defensa ambiental, y de éxitos anteriores, ya que paradójicamente, entre 2004 y 2012, el país había logrado reducir la deforestación hasta en un 80 por ciento (NATGEO, 2018). En la Amazonía brasileña se estima un aumento de 54% en la deforestación en los últimos diez meses respecto al periodo anterior. NATGEO (2020).  https://www.nationalgeographic.es/medio-ambiente/2020/06/deforestacion-amazonas-alcanza-niveles-historicos-debido-consumo-carne  Esta situación persiste a pesar de algunos esfuerzos institucionales. Por otra parte, en la Amazonía venezolana, la situación es muy preocupante, ya que la actividad minera descontrolada, propiciada por las instituciones públicas, pero fuera de su alcance regulatorio, está afectando más de 111 mil kilómetros cuadrados con actividades altamente contaminantes y deforestaciones masivas, sin mencionar los efectos nefastos sobre poblaciones locales, tribus indígenas y especies naturales. En Colombia, de 2000 a 2018, entre 600 y 1.400 kilómetros cuadrados de bosques amazónicos fueron intervenidos para el desarrollo agropecuario sólo en territorio colombiano (VALENZUELA, 2021).

En el Sureste Asiático, los grandes bosques sufren también una de las mayores tasas de deforestación del planeta. Indonesia ha perdido la cuarta parte de sus bosques en los últimos 25 años a causa de la quema colocando al país en la pasada década como el tercer país emisor en gases de efecto invernadero del mundo. Los incendios forestales sucedidos en Indonesia en 2015 son considerados una de las mayores catástrofes medioambientales del siglo XXI con grandes pérdidas económicas y sociales. Estas quemas son aparentemente responsables del 4% de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero, y se producen por la explotación insostenible y la demanda creciente de papel y aceite de palma por parte de empresas mundiales de producción de cosméticos y alimentos procesados, así como la industria de “biocarburantes” para la fabricación de biodiesel a nivel internacional (GP, 2021); (FAO y PNUMA ,2020b).

Además de las actividades humanas, los grandes bosques están sujetos a otras perturbaciones que también pueden afectar negativamente su salud y vitalidad, degradando la estructura y la cubierta forestal, y causando pérdidas irrecuperables de biodiversidad. Los incendios naturales, los fenómenos meteorológicos graves, las plagas, las enfermedades y otras perturbaciones ambientales pueden degradar los bosques, y esto incluso puede afectar negativamente a otros usos de la tierra como los agrícolas, al causar una pérdida de calidad del líquido vital aguas abajo. Los cambios que se están produciendo en la actividad mundial de los incendios en términos de ubicación, intensidad, gravedad y frecuencia probablemente tendrán un costo inmenso en términos de biodiversidad, servicios eco sistémicos, bienestar humano, medios de subsistencia y economías nacionales.

Muchos científicos consideran que las tierras silvestres se enfrentan a condiciones meteorológicas cada vez más difíciles en materia de incendios, a temporadas de incendios prolongadas y a incendios de mayor envergadura influenciados por el cambio climático. Las estimaciones para Europa indican un posible aumento de la superficie quemada por año, para el año 2090, de entre un 120% y un 270% por encima de la media de 2000-2010 (IUFRO, 2018). Las áreas afectadas por fenómenos meteorológicos graves entre 2002 y 2015 están especialmente en América del Norte y Central (entre 2.075.700 y hectáreas 9.081.300), en Europa (entre 230.100 y 784.100 hectáreas), África (entre 1.100 y 22.200 hectáreas), Asia (entre 23.300 y 461.400 hectáreas) y Oceanía (hasta 43.100 hectáreas). Resalta que la fuente FAO (2021) no reporta cifras para América Latina ya que los países no consignaron series contrastables para el período estudiado. Insectos, enfermedades y fenómenos meteorológicos extremos también dañaron cerca de 40 millones de hectáreas de bosques en 2015, particularmente en las zonas templadas y boreales.

La agricultura y ganadería comercial a gran escala, principalmente la cría de ganado vacuno y el cultivo de soja y aceite de palma fueron la causa del 40% de la deforestación de bosques tropicales entre los años 2000 y 2010. La agricultura local de subsistencia fue responsable de otro 33% de deforestación a pesar de que paradójicamente, la agricultura se ve beneficiada por la salud del bosque. Las regiones con poblaciones humanas densas y un uso agrícola intenso, como Europa, América del Norte, algunas partes de Bangladesh, China y la India están menos afectadas en cuanto a su biodiversidad. Pero el norte de África, el sur de Australia, la costa del Brasil, Madagascar y Sudáfrica son zonas donde la pérdida del estado intacto de la biodiversidad es notable, con el agravante de que, en estas regiones, alrededor de 252 millones de las personas que viven en bosques y sabanas, tienen ingresos inferiores a 1,25 dólares norteamericanos al día, es decir, se encuentran en nivel de pobreza extrema y dependiendo de la salud del bosque (FAO y PNUMA, 2020b).  Como consecuencia, existen altos riesgos de que se potencien algunas enfermedades que afectan al ser humano asociadas a especies que subsisten en los bosques intervenidos o degradados, como la malaria, la enfermedad de Chagas, la tripanosomiasis africana (la enfermedad del sueño), la leishmaniasis, la enfermedad de Lyme y las enfermedades causadas por el VIH y el virus del Ébola. La mayoría de las nuevas enfermedades infecciosas, incluido el virus SARS-CoV2 que causó la pandemia actual de COVID-19, son enfermedades zoonóticas y su aparición puede estar relacionada con la pérdida del hábitat natural a causa del cambio de la superficie forestal, con el consumo de especies silvestres, y con la expansión de las poblaciones humanas en zonas forestales, ya que aumenta la exposición de las personas a la flora y fauna silvestres.

Todas estas incidencias requieren oportuna detección, para lo cual el satélite es una forma eficiente de monitorear variables ambientales en detalle. Ello debe ser favorecido con el necesario libre acceso a datos y tecnologías para todos los países. Sin embargo, los instrumentos de teledetección también tienen limitaciones tecnológicas a superar, como la poca capacidad para separar el bosque de otros tipos de vegetación, o para medir la altura de la vegetación, pudiendo generar clasificaciones erróneas. Otras tecnologías disponibles pueden aportar al monitoreo y la vigilancia de la integridad de árboles y bosques, por ejemplo, la tecnología de drones con cámaras y transmisión de video, complementadas con personal especializado en el tema (UNDOCS, 2017).

Parque Los Caobos. Caracas.
En las ciudades, la ausencia de árboles, especialmente en las zonas más pobres de esas ciudades, y la falta de consideración hacia el arbolado y su relación con ecosistemas mayores, pone también en riesgo la salud humana y la supervivencia de especies, y no contribuye con las acciones de combate al cambio climático. Se estima que la siembra estratégica de árboles en la ciudad podría reducir hasta en 8°C la temperatura ambiental, aminorando en un porcentaje significativo, por ejemplo, la necesidad de enfriamiento artificial y contaminante de los ambientes construidos. La vegetación en zonas urbanas densamente pobladas puede reducir el efecto de “isla de calor” producido por la concentración de pavimento y concreto. Asimismo, un árbol puede absorber decenas de kilos de dióxido de carbono CO2 por año, mejorando la calidad del aire y del ambiente. Los árboles también son capaces de remover o almacenar otros contaminantes nocivos como el sulfuro de dióxido, óxidos de nitrógeno, monóxido de carbono, cadmio, níquel, y plomo, aunque ello también puede afectarles negativamente, por lo que lo necesario es evitar su emisión. La vegetación reduce la erosión del suelo, favorece el control de aguas superficiales, reduce los deslizamientos de tierra y mitiga los daños por inundaciones.  Puede ayudar a sustituir desagües artificiales, tanques y plantas de tratamiento para la escorrentía de aguas pluviales. Estas últimas son capturadas por la infiltración del suelo alrededor de un árbol hasta en un 80% aproximadamente en zonas boscosas. Un 5% a 20% restante es capturado por la corteza del árbol y las hojas, o se evapora sobre su superficie. No ocurre así en áreas construidas no permeables. Un árbol que crece en unos 30 metros cúbicos de suelo permeable, puede contener la escorrentía de agua de lluvia de una tormenta de 2,5 cm. durante 24 horas, lo que equivale a 223 metros cuadrados de superficie impermeable. La capa de mantillo (hojas muertas) en la superficie del suelo también almacena agua, y protege el suelo de la erosión.

La vegetación de ribera en la ciudad, también es relevante por cuanto proporciona sombra que enfría la temperatura del agua de ríos, riachuelos y quebradas, favoreciendo la proliferación de especies. Al atenuar la velocidad del curso del agua, mitiga asimismo el efecto de inundaciones aguas abajo. El árbol también es útil para la descontaminación de aguas recicladas dirigidas a pozos subterráneos, al absorber muchos componentes como nutrientes para el propio árbol. Los árboles además pueden concentrar y eliminar la contaminación de aguas de escorrentía superficial en la ciudad, la cual puede contener materia contaminante como desechos orgánicos, sustancias patógenas y nocivas, además de otros químicos mencionados. Plantados alrededor de estacionamientos, en parques industriales, comerciales y en zonas residenciales de alta densidad, los árboles pueden asimismo aportar elementos atractivos de paisajismo y ser refugio de aves e insectos benéficos, favoreciendo la biodiversidad. 

La arborización de la ciudad también tiene efectos intangibles al mejorar la percepción de salud de sus habitantes, pero asimismo tiene efectos tangibles, especialmente en la disminución de enfermedades como asma, hipertensión, cáncer de piel, tensión nerviosa o estrés, gracias a sus propiedades contra la contaminación, en favor de la relajación mental, y por la sombra que proporcionan. Tienen probados efectos terapéuticos en condiciones psicológicas como desórdenes o déficits de atención, y ayudan a la concentración para el estudio, al proporcionar cobijo y calma en zonas educativas.  Los árboles pueden ser instrumentos de educación ambiental y general para la infancia, para la integración comunitaria, y para estimular el aporte social de la empresa privada en torno a su siembra y cuidado. Se ha comprobado que las zonas arboladas también reducen el crimen y las conductas antisociales en áreas urbanas, especialmente alrededor de zonas residenciales. Asimismo, aumentan la seguridad vial al servir como barreras laterales a las calles, y propician la reducción de la velocidad de los vehículos debido a la percepción de esta que los árboles, como elementos físicos, inducen en los conductores, y debido a que estimulan la calma al conducir. También elevan considerablemente el valor de las propiedades inmobiliarias, en la medida de la cercanía de los inmuebles a bosques, campos, parques y avenidas arboladas. Pueden reducir considerablemente la contaminación sónica, sobre todo los ejemplares ubicados cerca de los puntos de emisión, y a la vez propician sonidos apaciguadores como el canto de aves o el movimiento del follaje con el viento. Además, todo ello tiene impactos positivos en las finanzas de los gobiernos urbanos y nacionales al reducir costos energéticos, aumentar el valor la base tributaria inmobiliaria, mitigar desastres climatológicos y mejorar la salud pública. La Organización Mundial de la Salud adscrita a la Organización de Naciones Unidas, asegura que se necesita, al menos, un árbol por cada tres habitantes urbanos para respirar un mejor aire en las ciudades, y un mínimo de entre 10 y 15 metros cuadrados de zona verde per cápita.  Esto implica la elaboración de planes urbanos y proyectos, en los cuales el árbol sea un elemento fundamental del diseño, del equipamiento y de la infraestructura de la ciudad, y que resulte en una distribución equitativa, equilibrada espacialmente, del acceso de los residentes a las zonas arboladas.

También deben considerarse algunos efectos contraproducentes de un plan de arborización con errores en su implementación, por ejemplo, la siembra excesiva de especies productoras de partículas alergénicas, o de especies exóticas con alta demanda de irrigación, cuyas raíces pudiesen alterar las aguas subterráneas disponibles, o afectar con su presencia a otras especies vegetales y animales autóctonas. La densidad del follaje por concentración espacial de ejemplares en zonas de alta emisión de gases, como calles con alta circulación vehicular contaminante, pueden impedir la dispersión de esos gases siendo también eventualmente contraproducente. Sin embargo, el distanciamiento demasiado extenso entre ejemplares impide la generación de efectos de sombra y disminución de la temperatura, protección de los elementos como el viento entre árboles vecinos, y abrigo de especies animales beneficiosas, por lo que debe encontrarse un adecuado equilibrio entre concentración y distanciamiento. En todos los casos se recomienda que la siembra del árbol sea complementada con arbustos y herbáceas, que permita también enriquecer los pequeños ecosistemas en sus alrededores (FAO, 2020b)

La situación actual del arbolado urbano muestra algunos indicadores promisorios pero insuficientes. Cincuenta y dos países y territorios reportaron la existencia de árboles en espacios urbanos, con una superficie total de 20,3 millones de hectáreas en 2020. Más de dos tercios se encuentran en América del Norte y Central, en algunas áreas menores en Europa con 2,77 millones de hectáreas, y en Asia con 2,40 millones de hectáreas. Pero la disponibilidad de arborización depende en buena medida de la existencia de espacios verdes, y estos, del modelo de ciudad prevaleciente, de la morfología urbana y los patrones de desarrollo urbano, de las estrategias de expansión, densificación, o conurbación urbana, y de los elementos internos estructurantes tales como la trama vial, las normas de construcción y la estructura parcelaria, pudiendo estas admitir o no la arborización. Por ejemplo, ella es prácticamente imposible en la vialidad típicamente moderna y separada del parcelario o a desnivel. Sin embargo, la calle corredor tradicional y las avenidas propias de los modelos ajardinados de ciudad, que bien pueden ser combinados con altas densidades puntuales o ciudad compacta, son excelentes oportunidades para el plantado de árboles urbanos en espacios públicos, además los espacios privados como jardines y áreas de esparcimiento. Los parques públicos recreativos, los bosques urbanos y áreas de protección ambiental como cinturones verdes y parques nacionales adyacentes son también espacios de oportunidad para la arborización.

Tala indiscriminada. Caracas. ,
Crónica Uno. Junio, 2020.

La plantación de árboles urbanos exige ciertas previsiones para salvaguardar la salud de los ejemplares. Por ejemplo, se ha estudiado que su crecimiento inicial en potes de siembra deforma sus raíces aprisionándolas, de modo que aún al trasplantarles a espacios de terreno con menos restricciones, esas deformaciones se mantienen, y limitan el crecimiento del árbol.  Otras limitaciones a la salud del árbol urbano son la concentración de ozono y otros químicos atmosféricos producidos entre otros por la contaminación automotora, la lluvia ácida, y la contaminación de suelos por materias químicas nocivas que deben ser erradicadas como ya se mencionó. Otras amenazas a la vegetación urbana son causadas directamente por el hombre: el vandalismo, la tala de ramas indiscriminada, el barrido de las hojas del árbol que afecta el ciclo biótico de absorción de sus nutrientes en el suelo, la exposición a luz artificial durante las horas nocturnas, que estimula la reproducción precoz y la pérdida de follaje temprano, minimizando sus efectos benéficos. Los árboles urbanos requieren de vigilancia sanitaria constante por el acecho de plagas. La selección de especies y la variedad genética juegan también un papel importante para la supervivencia del árbol urbano, ya que debe propiciarse el respeto a las condiciones y especies locales, así como la variedad genética y especies complementarias entre otros aspectos relacionados. Por otra parte, es también necesario considerar el acceso del árbol un área de tierra suficiente para su buen desarrollo, a nutrientes, a aguas subterráneas y superficiales, así como a drenajes adecuados en el caso de excesos de lluvia. La cobertura la superficie de los terrenos y vías con capas asfálticas y de concreto, impide la absorción del agua de lluvias, la salud del suelo y de la arborización.

Asimismo, se precisa su protección contra impactos y daños físicos, especialmente durante su crecimiento, a partir del uso de mobiliario urbano ad hoc, por ejemplo, rejas circundantes al tronco de ejemplares en crecimiento, y la elaboración de bases de datos de ejemplares existentes y espacios con y sin vegetación.

Es indispensable la existencia de centros de investigación y programas de educación especializados en el área biológica, que trabajen multidisciplinariamente con urbanistas, paisajistas y diseñadores urbanos, y con expertos en contaminación atmosférica, ingenieros sanitarios, y expertos en hidrología, entre otros especialistas, incorporando a comunidades, escuelas, gobierno local, agentes de administración pública y empresas privadas.

Deben tomarse muy en cuenta también estrategias para lograr la equidad espacial en la distribución de la arborización urbana. Los sectores residenciales planificados bajo modelos ajardinados son los que se han benefician mayormente de cierta cobertura, más no sucede así en zonas céntricas y núcleos de negocios, en zonas de residencia de alta densidad sin previsión de espacios verdes, y en barrios informales de menores ingresos de las familias residentes. El caso de las zonas residenciales informales o autoproducidas, donde el espacio abierto es casi inexistente, convierte a estas zonas pobres en las menos beneficiadas de la arborización urbana. La Organización Mundial de la Salud sugiere garantizar el acceso a los residentes urbanos a un espacio verde, localizado a menos de 15 minutos de traslado a pie desde la vivienda, lo que coincide con la visión de una ciudad con mixtura de usos del suelo, polinuclear y compacta que desde hace algunos años se viene promocionando como modelo de ciudad sostenible. Este modelo, de ser aplicado, debe extenderse a toda la ciudad, incluyendo especialmente las zonas más desprotegidas.

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