En memoria del Arq. Víctor Artís (1933-2017), miembro Honorario de la Academia Nacional de la Ingeniería y el Hábitat de Venezuela, preocupado defensor del arbolado urbano.
Resumen.
Los bosques y el
arbolado urbano son herramientas de combate contra el cambio climático, este
último entendido como el aumento inusitado de la temperatura ambiental del
planeta, que viene registrándose especialmente en los últimos 50 años
aproximadamente, con consecuencias incrementalmente desastrosas sobre la vida
de todas las especies naturales, incluido el ser humano, fenómeno claramente
comprobado, así como su origen antropogénico. El consumo energético de
combustibles, y el consumo masivo de materiales contaminantes, las actividades
mineras altamente contaminantes y degradantes del ambiente, la deforestación y
degradación de bosques y arbolado causados por tala y aumento de espacios para
la ganadería, los cultivos agrícolas para la producción de alimentos o de agro
carburantes y la explotación descontrolada de los recursos forestales, atentan
contra el equilibrio atmosférico, la capa vegetal y la vida. De la limitación
de estas actividades degradantes, y particularmente de la protección y de la
comprensión de la importancia de los árboles, los sistemas forestales y los
ecosistemas asociados, depende en buena medida el éxito sobre esta catástrofe
ambiental. Tanto los grandes y bosques y selvas de escala planetaria, como la
arborización de ciudades, asiento de la mayor parte de la población son
importantes. El incremento de la arborización urbana y la recuperación de
bosques cuenta con estrategias que abordan la escala planetaria, con grandes
sistemas de bosques continentales y corredores de ciudades-región arborizados,
así como otras tácticas que enfatizan la arborización al interior de las urbes,
todo lo cual se destacará a continuación, poniendo particular atención al caso
de Venezuela y de la ciudad de Caracas, su capital.
Palabras clave: cambio climático, bosques, arbolado, ciudad, Caracas, Venezuela.
PARTE I. Introducción. Cambio climático, bosques y arbolado urbano.
Árbol más
alto hallado en el AMAZONAS. Árbol más alto hallado en el AMAZONAS. Fuente: Tobías Jackson. BBC News Mundo. 16 / 09 /2019. https://www.bbc.com/mundo/noticias-49718965 |
El incremento de
la arborización urbana y la recuperación de bosques cuenta con estrategias que
abordan la escala planetaria, con grandes sistemas de bosques continentales y
corredores de ciudades-región arborizados, así como otras tácticas que
enfatizan la arborización al interior de las urbes, todo lo cual se destacará a
continuación, poniendo particular atención al caso de Venezuela y de la ciudad
de Caracas, su capital.
Cambio climático, bosques y arbolado urbano.
Las advertencias
y evidencias sobre el cambio climático y sus consecuencias nefastas para la
vida se han hecho cada vez más urgentes y preocupantes. Los expertos señalan:
“Muchos de los cambios observados en el clima no tienen precedentes en miles,
sino en cientos de miles de años, y algunos de los cambios que ya se están
produciendo, como el aumento continuo del nivel del mar, no se podrán revertir
hasta dentro de varios siglos o milenios. Sin embargo, una reducción sustancial
y sostenida de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y de otros gases de
efecto invernadero permitiría limitar el cambio climático. Aunque las mejoras
en la calidad del aire serían rápidas, podrían pasar entre 20 y 30 años hasta
que las temperaturas mundiales se estabilizasen” (IPCC, 2021).
De acuerdo al
informe de United in Science 2021, Organización de Naciones Unidas, y la World
Meteorological Organization (ONU, 2021a), las concentraciones de gases de
efecto invernadero y su impacto sobre la temperatura ambiente, presentan
niveles récord en el planeta, a pesar de la circunstancia atenuante de la
reducción de las actividades productivas debida a la pandemia COVID-19,
especialmente desde el año 2020, que ha reducido las emisiones del transporte
terrestre en cerca de un 5%, aunque esto sólo resulta en un efecto temporal.
Con ello el mundo se aleja de los objetivos fijados por el Acuerdo de París
(ONU, 2015), tratado internacional para evitar que el calentamiento global que
sufre el planeta aceleradamente esté por encima de los 2°C durante el presente
siglo. También obstaculiza el avance hacia los Objetivos de Desarrollo
Sostenible acordados por la Organización de Naciones Unidas (ONU,2021b). Más
allá de este límite de temperatura, se generarían fenómenos meteorológicos más
frecuentes, extremos y devastadores, con un impacto cada vez mayor en las
economías y en las sociedades, especialmente incendios e inundaciones. La
temperatura media anual del planeta es al menos 1°C más elevada que en la época
preindustrial, y probablemente se eleve hasta 1,5°C en los próximos cinco años.
El nivel del mar aumentó 20 centímetros entre 1900 y 2018, a un ritmo acelerado
entre 2006 y 2018, y aumentará entre 0,3 y 0,6 metros para 2100, o entre 0,3 y
3,1 metros para el año 2300. Aún con un aumento menor a 2°C en la temperatura
media, las infecciones, entre ellas la COVID-19, y otros riesgos climáticos
tales como las olas de calor y la mala calidad del aire, se combinarán para
amenazar la vida de muchas especies y la salud humana en todo el mundo,
poniendo en especial riesgo a las poblaciones más vulnerables por su nivel de
pobreza o condiciones de salud especiales. Luego del fin de la pandemia, se
prevé un aumento adicional considerable de las emisiones y sus efectos, por la
reactivación de las economías, el consumo energético y otros factores
asociados, pero también por el recrudecimiento de acciones de deforestación y
degradación de bosques, causados por incendios forestales, tala, y aumento de
actividades agropecuarias y mineras, sobre todo en la Amazonía y en las selvas
de Indonesia en el sureste asiático, de importancia planetaria. La degradación
de los bosques y del ecosistema natural, no pueden ser compensados más que
parcialmente con la reforestación o el recrecimiento natural de la vegetación
(WMO, 2021).
Las ciudades son también parcialmente responsables de la emisión de contaminantes que aceleran el cambio climático, como el CO2, y sufren asimismo sus consecuencias, tanto las inmediatas y localizadas dentro de la ciudad, entre ellas la degradación de la calidad ambiental, el calor y sus efectos nocivos sobre la salud, como otras no necesariamente localizadas, como es el caso de la elevación del nivel de los océanos, las inundaciones, las sequías y las tormentas inusuales, que afectan gravemente la infraestructura, la producción de alimentos y la vida de los habitantes de las ciudades, y de todos los seres vivos.
Los bosques
urbanos, las zonas protectoras, los parques nacionales y los sistemas boscosos
continentales albergan biodiversidad y ofrecen servicios sociales, tanto al
interior de las ciudades como en los sistemas ambientales supra urbanos. Los
grandes bosques acogen la mayor parte de la biodiversidad terrestre del
planeta, y son el hábitat del 80% de las especies de anfibios, el 75% de las de
aves y el 68% de los mamíferos. Alrededor del 60% de todas las plantas
vasculares se encuentra en bosques tropicales. Los manglares en las costas
también proporcionan lugares de reproducción y criaderos para numerosas
especies de peces y crustáceos, y ayudan a retener los sedimentos que podrían
perjudicar el fondo submarino y los arrecifes coralinos. Los bosques
proporcionan más de 86 millones de empleos verdes y sustentan los medios de
vida de muchas personas más. La resiliencia de los sistemas alimentarios
humanos y su capacidad de adaptarse a los cambios futuros dependen de la
biodiversidad que los bosques protegen; las especies arbustivas y arbóreas
adaptadas a las tierras secas ayudan a combatir la desertificación; las
especies de insectos, murciélagos y aves que habitan en los bosques polinizan
los cultivos; los árboles con sistemas radiculares extensos que se encuentran
en ecosistemas montañosos evitan la erosión del suelo, y las especies de
manglares favorecen la resiliencia ante la inundación en zonas costeras. Al
acentuarse los riesgos para los sistemas alimentarios por el cambio climático,
la función de los bosques de captar y fijar carbono mitigando el cambio
climático es cada vez más importante para el sector agrícola. Más de 28.000
especies de plantas están registradas como plantas de uso medicinal y muchas de
ellas se encuentran asimismo en ecosistemas forestales.
Según la Organización
de Naciones Unidas (FAO, 2020), el área total de bosques en el mundo es de 4
mil millones de hectáreas aproximadamente, que corresponden al 31% de la
superficie total de la tierra. Esta área es equivalente a 0,52 hectáreas por
persona, pero los bosques no están naturalmente distribuidos de manera uniforme
por población o situación geográfica. Las zonas tropicales poseen la mayor
proporción de los bosques del mundo, hasta 45%, mientras el resto está
localizado en las regiones boreales, templadas y subtropicales. Más de la mitad
de los bosques está situada en cinco países: Rusia, Brasil, Canadá, los Estados
Unidos de América y China. En el mundo, Brasil contiene la mayor proporción de
bosques protegidos del planeta con un 21% del total, y le siguen Indonesia y
Venezuela con 7% y 6% respectivamente.
Aproximadamente
sólo cerca de un 30% de los bosques del mundo son bosques primarios, que se
definen como bosques de especies arbóreas autóctonas, regenerados de forma
natural, donde los procesos ecológicos no han sufrido perturbaciones
destacables. El área de bosque destinada principalmente para la protección del
suelo y el agua muestra una tasa de crecimiento positiva en los últimos 10 años
y el ritmo de pérdida neta de bosques disminuyó notablemente durante el período
1990-2020 debido a una reducción de la deforestación en algunos países, además
de un aumento de la superficie en otros, a través de la reforestación y/o la
expansión natural. Asia tuvo el mayor
aumento neto de superficie forestal en el período 2010-2020, seguida por
Oceanía y Europa. Entre 2015 y 2020, se estima que la tasa de deforestación fue
de 10 millones de hectáreas al año, cuando en la década de 1990 era de 16
millones de hectáreas al año. La superficie de bosques plantados ha aumentado
en 123 millones de hectáreas, aunque la tasa anual de aumento se redujo en la
última década. (UNECE, 2021a); (GBU, 2015); (UNECE, 2021b); (ONU-Habitat,
2014); (FAO, 2021).
Estos indicadores
representan una disminución en la tasa de merma de áreas de bosques, pero no
han dejado de perderse vastas superficies boscosas en el planeta, en cifras
absolutas, unos 420 millones de hectáreas, especialmente a causa del cambio de
usos de la tierra (FAO y PNUMA, 2020b). África tuvo la mayor tasa anual de
pérdida neta de bosques en el período 2010-2020, con 3,9 millones de hectáreas,
seguida por América del Sur, con 2,6 millones de hectáreas. En África, la tasa
de pérdida neta de bosques ha aumentado en cada uno de los tres decenios desde
1990. Hay pérdida de bosques en América del Sur, aunque la tasa de pérdida ha
disminuido aproximadamente a la mitad en el decenio 2010-2020 en comparación
con el período 2000-2010. Europa y Asia registraron aumento neto de
deforestación en 2010-2020 respecto a 2000-2010 y Oceanía también experimentó
pérdidas netas de superficie forestal entre 1990 y 2010. La superficie de
bosques regenerados de forma natural ha disminuido desde 1990 y de unas 60.000
especies arbóreas conocidas, unas 17.500 se han clasificado como especies en
riesgo de extinción, el doble que las especies animales en riesgo. (BGC, 2021).
En el caso de la
Amazonia, selva tropical que ocupa territorios de diversos países de la región
suramericana y se extiende sobre casi 8 millones de kilómetros cuadrados, esta
viene sufriendo niveles de deforestación inéditos especialmente desde 2020, con
casi cinco mil kilómetros cuadrados de selva arrasada ese año, debido sobre
todo al aumento de áreas para la ganadería extensiva y el cultivo de soja, pero
también a causa de los incendios naturales y provocados en aumento, sobre todo
en la porción dentro de los límites del Estado de Brasil, esto a pesar de las
declaraciones de alto nivel en favor de la defensa ambiental, y de éxitos
anteriores, ya que paradójicamente, entre 2004 y 2012, el país había logrado
reducir la deforestación hasta en un 80 por ciento (NATGEO, 2018). En la
Amazonía brasileña se estima un aumento de 54% en la deforestación en los
últimos diez meses respecto al periodo anterior. NATGEO (2020). https://www.nationalgeographic.es/medio-ambiente/2020/06/deforestacion-amazonas-alcanza-niveles-historicos-debido-consumo-carne Esta situación persiste a pesar de algunos
esfuerzos institucionales. Por otra parte, en la Amazonía venezolana, la
situación es muy preocupante, ya que la actividad minera descontrolada,
propiciada por las instituciones públicas, pero fuera de su alcance
regulatorio, está afectando más de 111 mil kilómetros cuadrados con actividades
altamente contaminantes y deforestaciones masivas, sin mencionar los efectos
nefastos sobre poblaciones locales, tribus indígenas y especies naturales. En
Colombia, de 2000 a 2018, entre 600 y 1.400 kilómetros cuadrados de bosques
amazónicos fueron intervenidos para el desarrollo agropecuario sólo en
territorio colombiano (VALENZUELA, 2021).
En el Sureste
Asiático, los grandes bosques sufren también una de las mayores tasas de
deforestación del planeta. Indonesia ha perdido la cuarta parte de sus bosques
en los últimos 25 años a causa de la quema colocando al país en la pasada
década como el tercer país emisor en gases de efecto invernadero del mundo. Los
incendios forestales sucedidos en Indonesia en 2015 son considerados una de las
mayores catástrofes medioambientales del siglo XXI con grandes pérdidas
económicas y sociales. Estas quemas son aparentemente responsables del 4% de
las emisiones anuales de gases de efecto invernadero, y se producen por la
explotación insostenible y la demanda creciente de papel y aceite de palma por
parte de empresas mundiales de producción de cosméticos y alimentos procesados,
así como la industria de “biocarburantes” para la fabricación de biodiesel a
nivel internacional (GP, 2021); (FAO y PNUMA ,2020b).
Además de las
actividades humanas, los grandes bosques están sujetos a otras perturbaciones
que también pueden afectar negativamente su salud y vitalidad, degradando la
estructura y la cubierta forestal, y causando pérdidas irrecuperables de
biodiversidad. Los incendios naturales, los fenómenos meteorológicos graves,
las plagas, las enfermedades y otras perturbaciones ambientales pueden degradar
los bosques, y esto incluso puede afectar negativamente a otros usos de la
tierra como los agrícolas, al causar una pérdida de calidad del líquido vital
aguas abajo. Los cambios que se están produciendo en la actividad mundial de
los incendios en términos de ubicación, intensidad, gravedad y frecuencia
probablemente tendrán un costo inmenso en términos de biodiversidad, servicios
eco sistémicos, bienestar humano, medios de subsistencia y economías nacionales.
Muchos
científicos consideran que las tierras silvestres se enfrentan a condiciones
meteorológicas cada vez más difíciles en materia de incendios, a temporadas de
incendios prolongadas y a incendios de mayor envergadura influenciados por el
cambio climático. Las estimaciones para Europa indican un posible aumento de la
superficie quemada por año, para el año 2090, de entre un 120% y un 270% por
encima de la media de 2000-2010 (IUFRO, 2018). Las áreas afectadas por
fenómenos meteorológicos graves entre 2002 y 2015 están especialmente en
América del Norte y Central (entre 2.075.700 y hectáreas 9.081.300), en Europa
(entre 230.100 y 784.100 hectáreas), África (entre 1.100 y 22.200 hectáreas),
Asia (entre 23.300 y 461.400 hectáreas) y Oceanía (hasta 43.100 hectáreas).
Resalta que la fuente FAO (2021) no reporta cifras para América Latina ya que
los países no consignaron series contrastables para el período estudiado.
Insectos, enfermedades y fenómenos meteorológicos extremos también dañaron
cerca de 40 millones de hectáreas de bosques en 2015, particularmente en las
zonas templadas y boreales.
La agricultura y
ganadería comercial a gran escala, principalmente la cría de ganado vacuno y el
cultivo de soja y aceite de palma fueron la causa del 40% de la deforestación
de bosques tropicales entre los años 2000 y 2010. La agricultura local de
subsistencia fue responsable de otro 33% de deforestación a pesar de que
paradójicamente, la agricultura se ve beneficiada por la salud del bosque. Las
regiones con poblaciones humanas densas y un uso agrícola intenso, como Europa,
América del Norte, algunas partes de Bangladesh, China y la India están menos
afectadas en cuanto a su biodiversidad. Pero el norte de África, el sur de
Australia, la costa del Brasil, Madagascar y Sudáfrica son zonas donde la
pérdida del estado intacto de la biodiversidad es notable, con el agravante de
que, en estas regiones, alrededor de 252 millones de las personas que viven en
bosques y sabanas, tienen ingresos inferiores a 1,25 dólares norteamericanos al
día, es decir, se encuentran en nivel de pobreza extrema y dependiendo de la
salud del bosque (FAO y PNUMA, 2020b).
Como consecuencia, existen altos riesgos de que se potencien algunas
enfermedades que afectan al ser humano asociadas a especies que subsisten en
los bosques intervenidos o degradados, como la malaria, la enfermedad de
Chagas, la tripanosomiasis africana (la enfermedad del sueño), la
leishmaniasis, la enfermedad de Lyme y las enfermedades causadas por el VIH y
el virus del Ébola. La mayoría de las nuevas enfermedades infecciosas, incluido
el virus SARS-CoV2 que causó la pandemia actual de COVID-19, son enfermedades
zoonóticas y su aparición puede estar relacionada con la pérdida del hábitat
natural a causa del cambio de la superficie forestal, con el consumo de
especies silvestres, y con la expansión de las poblaciones humanas en zonas
forestales, ya que aumenta la exposición de las personas a la flora y fauna
silvestres.
Todas estas
incidencias requieren oportuna detección, para lo cual el satélite es una forma
eficiente de monitorear variables ambientales en detalle. Ello debe ser
favorecido con el necesario libre acceso a datos y tecnologías para todos los
países. Sin embargo, los instrumentos de teledetección también tienen limitaciones
tecnológicas a superar, como la poca capacidad para separar el bosque de otros
tipos de vegetación, o para medir la altura de la vegetación, pudiendo generar
clasificaciones erróneas. Otras tecnologías disponibles pueden aportar al
monitoreo y la vigilancia de la integridad de árboles y bosques, por ejemplo,
la tecnología de drones con cámaras y transmisión de video, complementadas con
personal especializado en el tema (UNDOCS, 2017).
Parque Los Caobos. Caracas. |
La vegetación de
ribera en la ciudad, también es relevante por cuanto proporciona sombra que
enfría la temperatura del agua de ríos, riachuelos y quebradas, favoreciendo la
proliferación de especies. Al atenuar la velocidad del curso del agua, mitiga
asimismo el efecto de inundaciones aguas abajo. El árbol también es útil para
la descontaminación de aguas recicladas dirigidas a pozos subterráneos, al
absorber muchos componentes como nutrientes para el propio árbol. Los árboles
además pueden concentrar y eliminar la contaminación de aguas de escorrentía
superficial en la ciudad, la cual puede contener materia contaminante como
desechos orgánicos, sustancias patógenas y nocivas, además de otros químicos
mencionados. Plantados alrededor de estacionamientos, en parques industriales,
comerciales y en zonas residenciales de alta densidad, los árboles pueden
asimismo aportar elementos atractivos de paisajismo y ser refugio de aves e
insectos benéficos, favoreciendo la biodiversidad.
La arborización
de la ciudad también tiene efectos intangibles al mejorar la percepción de
salud de sus habitantes, pero asimismo tiene efectos tangibles, especialmente
en la disminución de enfermedades como asma, hipertensión, cáncer de piel,
tensión nerviosa o estrés, gracias a sus propiedades contra la contaminación,
en favor de la relajación mental, y por la sombra que proporcionan. Tienen
probados efectos terapéuticos en condiciones psicológicas como desórdenes o
déficits de atención, y ayudan a la concentración para el estudio, al
proporcionar cobijo y calma en zonas educativas. Los árboles pueden ser instrumentos de
educación ambiental y general para la infancia, para la integración
comunitaria, y para estimular el aporte social de la empresa privada en torno a
su siembra y cuidado. Se ha comprobado que las zonas arboladas también reducen
el crimen y las conductas antisociales en áreas urbanas, especialmente
alrededor de zonas residenciales. Asimismo, aumentan la seguridad vial al
servir como barreras laterales a las calles, y propician la reducción de la
velocidad de los vehículos debido a la percepción de esta que los árboles, como
elementos físicos, inducen en los conductores, y debido a que estimulan la
calma al conducir. También elevan considerablemente el valor de las propiedades
inmobiliarias, en la medida de la cercanía de los inmuebles a bosques, campos,
parques y avenidas arboladas. Pueden reducir considerablemente la contaminación
sónica, sobre todo los ejemplares ubicados cerca de los puntos de emisión, y a
la vez propician sonidos apaciguadores como el canto de aves o el movimiento del
follaje con el viento. Además, todo ello tiene impactos positivos en las
finanzas de los gobiernos urbanos y nacionales al reducir costos energéticos,
aumentar el valor la base tributaria inmobiliaria, mitigar desastres
climatológicos y mejorar la salud pública. La Organización Mundial de la Salud
adscrita a la Organización de Naciones Unidas, asegura que se necesita, al
menos, un árbol por cada tres habitantes urbanos para respirar un mejor aire en
las ciudades, y un mínimo de entre 10 y 15 metros cuadrados de zona verde per
cápita. Esto implica la elaboración de
planes urbanos y proyectos, en los cuales el árbol sea un elemento fundamental
del diseño, del equipamiento y de la infraestructura de la ciudad, y que resulte
en una distribución equitativa, equilibrada espacialmente, del acceso de los
residentes a las zonas arboladas.
La situación actual del arbolado urbano muestra algunos indicadores promisorios pero insuficientes. Cincuenta y dos países y territorios reportaron la existencia de árboles en espacios urbanos, con una superficie total de 20,3 millones de hectáreas en 2020. Más de dos tercios se encuentran en América del Norte y Central, en algunas áreas menores en Europa con 2,77 millones de hectáreas, y en Asia con 2,40 millones de hectáreas. Pero la disponibilidad de arborización depende en buena medida de la existencia de espacios verdes, y estos, del modelo de ciudad prevaleciente, de la morfología urbana y los patrones de desarrollo urbano, de las estrategias de expansión, densificación, o conurbación urbana, y de los elementos internos estructurantes tales como la trama vial, las normas de construcción y la estructura parcelaria, pudiendo estas admitir o no la arborización. Por ejemplo, ella es prácticamente imposible en la vialidad típicamente moderna y separada del parcelario o a desnivel. Sin embargo, la calle corredor tradicional y las avenidas propias de los modelos ajardinados de ciudad, que bien pueden ser combinados con altas densidades puntuales o ciudad compacta, son excelentes oportunidades para el plantado de árboles urbanos en espacios públicos, además los espacios privados como jardines y áreas de esparcimiento. Los parques públicos recreativos, los bosques urbanos y áreas de protección ambiental como cinturones verdes y parques nacionales adyacentes son también espacios de oportunidad para la arborización.
Tala indiscriminada. Caracas. Mariana Sofía Garcia, Crónica Uno. Junio, 2020. |
Asimismo, se
precisa su protección contra impactos y daños físicos, especialmente durante su
crecimiento, a partir del uso de mobiliario urbano ad hoc, por ejemplo, rejas
circundantes al tronco de ejemplares en crecimiento, y la elaboración de bases
de datos de ejemplares existentes y espacios con y sin vegetación.
Es indispensable
la existencia de centros de investigación y programas de educación
especializados en el área biológica, que trabajen multidisciplinariamente con
urbanistas, paisajistas y diseñadores urbanos, y con expertos en contaminación
atmosférica, ingenieros sanitarios, y expertos en hidrología, entre otros
especialistas, incorporando a comunidades, escuelas, gobierno local, agentes de
administración pública y empresas privadas.
Deben tomarse muy
en cuenta también estrategias para lograr la equidad espacial en la
distribución de la arborización urbana. Los sectores residenciales planificados
bajo modelos ajardinados son los que se han benefician mayormente de cierta
cobertura, más no sucede así en zonas céntricas y núcleos de negocios, en zonas
de residencia de alta densidad sin previsión de espacios verdes, y en barrios
informales de menores ingresos de las familias residentes. El caso de las zonas
residenciales informales o autoproducidas, donde el espacio abierto es casi
inexistente, convierte a estas zonas pobres en las menos beneficiadas de la
arborización urbana. La Organización Mundial de la Salud sugiere garantizar el
acceso a los residentes urbanos a un espacio verde, localizado a menos de 15
minutos de traslado a pie desde la vivienda, lo que coincide con la visión de
una ciudad con mixtura de usos del suelo, polinuclear y compacta que desde hace
algunos años se viene promocionando como modelo de ciudad sostenible. Este
modelo, de ser aplicado, debe extenderse a toda la ciudad, incluyendo
especialmente las zonas más desprotegidas.
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